Varias personas continúan desaparecidas tras ser
engullidas por el mar durante los últimos meses en las costas gallegas.
Los continuos temporales que azotaron el litoral desde diciembre
dificultaron especialmente la labor de los equipos de rastreo
desplegados de inmediato con cada trágico suceso. No tuvieron éxito.
La mala mar borró el rastro de la joven Patricia Bedoya y su padre, Juan Carlos, en la fatídica jornada del pasado 6 de enero en Meirás.
Ese día pereció otro familiar a consecuencia del envite de una ola
gigante que superó el acantilado valdoviñés. El amplio operativo
movilizado se cerró, no obstante, sin hallar rastro de padre e hija.
En la comarca de A Mariña, el mar se llevó a comienzos de febrero al joven Andrés M. H, de 15 años.
Una ola lo sorprendió en el paseo de A Rapadoira, en Foz, cuando
circulaba en bicicleta. El fuerte oleaje embistió también a un amigo,
que consiguió salvarse y no caer al mar.
Tampoco hay rastro del vecino de Cangas desaparecido en la Costa da Vela.
La familia de César M.C., de 36 años, denunció su desaparición el 3 de
marzo. Su búsqueda por may y aire se vio igualmente dificultada por el
mal tiempo. La única referencia tras su falta es la aparición de su
vehículo en la citada zona costera.
La fuerza del mar
El mar devolvió el cuerpo de Sebastián Míguez una semana después de hacerlo desaparecer a comienzos de año. Sus propios hijos localizaron el cuerpo del septuagenario sobre unas rocas,
en la zona de O Corgo, a un kilómetro de distancia de Balieiros, el
punto en el que había sido visto por última vez cuando practicaba pesca
deportiva en la comarca de Barbanza.
Tal fue la fuerza del mar durante los últimos meses que otro cuerpo, el de un percebeiro desaparecido en la costa de Ribadeo, fue hallado en Francia un mes después.
R.S.D., asturiano afincado en la villa ribadense, de 34 años de edad,
desapareció la madrugada del 26 de enero cuando supuestamente trataba de
coger percebes en un acantilado de Rinlo. El cadáver apareció en la
playa francesa de Montalivet, en la región de Aquitania, a 510
kilómetros de distancia en línea recta desde el punto donde había salido
a faenar.