Helados de frío, con el
susto todavía en el cuerpo y un poco desorientados por la oscuridad de
la tarde, Casimira Castaño, su hermana Amelia y sus dos nietos pequeños
de 5 y 7 años pisaban tierra seca después de doce horas de angustia.
«Ahora el agua ha descendido un poquito, pero esto era un mar. Nunca he
visto así Quintanaseca. Jamás. Y estoy aquí desde el 77», aseveraba
Casimira al bajar de la lancha del Grupo Especialista en Actividades
Subacuáticas (GEAS) de la Guardia Civil.
Ellos y su hijo fueron los
últimos en ser rescatados en zódiac, el único medio de transporte que
permitía acceder a sus viviendas: «Ayer cuando nos acostamos estaba todo
en orden. Pero esta mañana había agua en el choco, el garaje y llegaba
hasta los dos primeros escalones de la casa. Más que miedo es la pena de
ver todo lo que se ha estropeado», añadía Amelia, nerviosa por el frío
que estaban pasando los pequeños y preocupada por los estragos del agua.
A los cinco les reubicaron anoche en la casa rural de Tobera.
Como a ellos, los GEAS tuvieron que rescatar a otros cuatro vecinos de
Frías, dos personas mayores -una, además, necesitaba asistencia
respiratoria-, un padre y su hija de 13 años, Iñaki y Andrea Calaza: «Lo
estábamos viendo muy mal, la verdad, por eso pedimos que nos
evacuaran», comentaba el progenitor mientras su hija reconocía el miedo
que había pasado. «A las siete de la mañana el agua ya tapaba las ruedas
de la furgoneta y no ha sido hasta las tres de la tarde cuando nos han
confirmado que vendrían a buscarnos. Han tardado en venir porque la
carretera estaba mal;hay que entenderlo...Al fin y al cabo nosotros
teníamos calefacción y comida», resumió Iñaki, natural de Bilbao. Para
Andrea la historia no era tan sencilla y el día se le ha hecho muy
largo. Además del miedo a que el agua pudiera seguir subiendo, se sentía
desprotegida sin ropa ni calzado adecuado.
Desde Valladolid
La intervención del grupo de rescate con base en Pucela no fue sencilla
ya que el desbordamiento del Ebro a su paso por Frías había dividido el
pueblo y a mediodía tanto la nieve como las balsas de agua complicaban
el acceso desde buena parte de las carreteras de la zona. Por la mañana
se habló de enviar un helicóptero para las evacuaciones, pero el
temporal zanjó esa posibilidad y se pensó en las zódiac, ya que las
circunstancias hacía imposible el empleo de los vehículos oficiales todo
terreno.
Los GEASpriorizaron el rescate acudiendo primero al pueblo de Montejo
de Cebas, localidad también anegada por el río y con varios vecinos
atrapados entre el barro y el agua. Cuando vieron que no era necesaria
su presencia porque para la evacuación se habían arreglado entre los
paisanos, cambiaron de dirección rumbo a Frías.
En la ciudad medieval la madrugada había sido ya muy dura: «A las doce y
media de la noche miré el nivel del río y estaba bien, pero a las
cuatro de la mañana ya lo había perdido todo» repasaba Juanra, el dueño
del cámping. Las movilhome o módulos repartidos en 200 parcelas
prácticamente flotaban sobre el caudal desbordado del río: «Ha sido
devastador. Tenía agua en casa, en la oficina, en el bar... Allí se ha
quedado todo; no he podido sacar ni la cartera», se lamentaba el dueño
que, aunque la lluvia persistente había hecho antes pequeños estragos
-el cámping está situado junto al Ebro, a 100 escasos metros de la playa
fluvial-, nunca se había comportado con tanta dureza.
Con cara de circunstancias observaban los destrozos una de las familias
con módulo en la calle K, llegados desde Bilbao: «Ha habido otras
crecidas que han arrastrado alguna casa móvil, pero ninguna como ésta.
Llevamos veinte años acampando aquí y esto es increíble. Y eso que
nuestra zona es la que mejor está».
Cerca del cámping y el puente medieval, en las primeras horas de la
mañana, una señora de edad avanzaba era rescatada por sus vecinos con
una retro excavadora. «La mujer no podía salir de casa y se estaba
poniendo muy nerviosa. Nos hemos acercado con la máquina, hemos tirado
el muro que lo limita y hemos hecho que se montara en la pala desde la
ventana», repasaban Koldo Fernández y José Arnaiz, que tuvieron mucho
trabajo durante todo el día. Al conocer lo que ya había hecho el río y
una vez que la señora estaba a salvo, dos de sus sobrinos se desplazaron
desde Bilbao para ver en qué estado había quedado la vivienda e
intentar rescatar a los animales -gallinas y perros- que se habían
quedado atrapados. Pero fue inútil. El agua apenas les dejó avanzar poco
más allá del puente junto al cámping.
«A las siete de la mañana estaba crecido el río pero se podía cruzar.
Sin embargo a las nueve ya no había manera. En ese momento nos dimos
cuenta que esto iba a ser gordo, como así ha sido. El agua ha superado
la marca de la peor inundación que ha habido en el pueblo, que fue el 20
de diciembre de 1980. Lo que nos parece mal es que los de la
Confederación Hidrográfica no alertaran de que esto podía pasar...
porque tenemos cerca la central de Garoña...», aseguraban preocupados
mientras reconocían que con el avance del día las aguas habían
retrocedido algo.
Garoña y el Sobrón
Con las tres compuertas abiertas y sin dar tregua, el embalse del
Sobrón rugía ayer enloquecido ante tanto caudal. El Ebro mostraba en esa
zona tanta personalidad que intimidaba, sobre todo cuando las balsas de
agua en las cercanías habían producido alguna que otra salida de la
calzada.
Más templado se mostraba el río en otra zona que a todos preocupa: la
central nuclear de Santa María de Garoña. Aunque caudaloso, frente a la
central el Ebro no asomaba sus dientes. Al menos ayer cuando llovía.
Habrá que esperar con las nuevas nieves.