- El último todoterreno entró por la carretera el 20 de enero a un lugar en el que viven 21 personas en 16 casas
- El Diario Montañés llega al pueblo que lleva 25 días incomunicado
La primera parte de nuestro plan está conseguida. Se trataba de llegar hasta aquí sin matarse para ver cómo se las apañan los vecinos después de permanecer más de tres semanas aislados (el último todoterreno entró el pasado 20 de enero), y estar con ellos mientras aguardan a que les abran la carretera. Preparamos el viaje de un día para otro sin tener mucha idea de cómo estaba el camino y dispuestos a dar media vuelta si la cosa pintaba mal: los anuncios de la zona de Picos, con un montón de nieve y riesgo de aludes, eran como para ser prudentes. Además, a nadie le apetece que le tenga que ir a sacar de una oreja la Guardia Civil por hacer el tonto. Por si acaso, cargamos hasta con el piolet y los crampones.
Las previsiones meteorológicas resultaron demasiado optimistas. Ya desde La Hermida nos acompañó una lluvia fina y desagradable. Es cierto que limpió esa subida interminable y penosa de piedras sueltas hasta el Balcón de Pilatos (¡vaya nombre!), pero arriba reblandeció la nieve, donde uno se hundía hasta con raquetas. No hacía frío, y en cuanto comenzaron las rampas tocó sudar, así que entre una cosa y otra estuvimos calados todo el rato.