En el turístico barrio de Thamel, destino preferido de hippies y mochileros, reabren tiendas y restaurantes.
Una semana después del terremoto de Nepal, cuya última cifra de fallecidos va ya por los 6.200, más de un millar de europeos siguen desaparecidos.
La mayoría eran turistas que se encontraban haciendo senderismo en la
remota región de Lantang, cerca del epicentro del seísmo, y en el
Everest. «Se les considera desaparecidos porque no se sabe exactamente
cuál es su situación», explicó la embajadora de la Unión Europea en
Katmandú, Rensje Teerink.
Sin embargo, eso no significa necesariamente que hayan sido
víctimas del terremoto o que su vida corra peligro, ya que lo más
probable es que no pueden contactar con sus familias debido a las malas
comunicaciones en las zonas más afectadas.
Las dimensiones de esta catástrofe aumentan a medida que
pasan los días y los equipos de emergencias consiguen llegar a muchos
lugares en remotas áreas de montaña para comprobar los daños. Por
delante de Katmandú, donde se han contabilizado 1.106 fallecidos, el distrito más castigado por el seísmo ha sido Shindupalchok, al noreste de la capital, donde perecieron 2.194 personas.
Pero el balance final de víctimas mortales podría rebasar los 10.000
porque, según indicó ayer el jefe del Estado Mayor del Ejército, el
general Rana, «aún quedan unas 4.000 personas bajo los escombros»,
informa el portal local de noticias Ekantipur. Para retirar los
cadáveres o rescatar a posibles supervivientes, una posibilidad que se
va apagando con el paso de las horas, 65 equipos de emergencias extranjeros están ya trabajando en el país. A ellos se suman una treintena de equipos médicos internacionales, que están atendiendo a parte de los 14.000 heridos que
dejó el terremoto. Además de desplazar a casi tres millones de los 27
millones de nepalíes, el seísmo ha destruido o dañado unas 150.000 casas, cuyos habitantes están acampados bajo lonas de plástico con lo poco que han podido salvar de sus hogares.
Mientras Nepal sigue sumido en su peor catástrofe desde
1934, cuando otro potente seísmo costó unos 10.000 muertos, la vida
vuelve poco a poco a la normalidad en Katmandú y, sobre todo, en el céntrico barrio de Thamel.
Destino predilecto de hippies y mochileros, cada día reabren más
restaurantes y tiendas, que venden todo tipo de prendas de montaña,
artesanía local como «thangkas» tibetanos y música tradicional india.
La mística herida
Por sus calles, un laberinto de construcciones levantadas
unas sobre otras y plagadas de rótulos luminosos, cada día se ven más
jóvenes turistas atraídos por la mística de Katmandú, una ciudad cuyo
solo nombre ya evoca exóticos paraísos terrenales en el Himalaya. Sin
embargo, lo que se encuentran es una caótica y sucia ciudad envuelta en
la desafinada sinfonía de bocinas de sus desvencijados taxis y
autobuses, que se abren paso en medio del infernal tráfico tan atestados
de pasajeros que muchos sobresalen por sus puertas en precario
equilibrio.
Con la progresiva recuperación de la electricidad y el agua
caliente, un lujo todavía hoy, muchos hoteles han vuelto a aceptar a
turistas tras haber sido tomados por periodistas y grupos de ayuda
humanitaria. Pero Nepal todavía tardará mucho tiempo en recuperarse de
esta catástrofe que no solo ha sembrado el país de muerte y destrucción,
sino que ha dañado gravemente su rico patrimonio histórico al arrasar
algunos de sus más importantes monumentos turísticos.KATMAND