Sharon, de dos años, tose agotada y con fiebre, mientras se esconde
en los brazos de Nerren L. Homeres. Tiene asma, y el fuerte hedor
respirado mientras huían de Tacloban ha empeorado su estado. La mujer
que la abraza con ternura es una enfermera voluntaria del orfanato
Streetlight. Vive por y para los niños abandonados o rescatados de la
prostitución y la mendicidad, muchos de ellos víctimas del sindicato,
como vulgarmente se denomina a la mafia que trafica con menores en el
archipiélago.
A sus 34 años, ha cuidado de Sharon como una madre, desde que la
encontraron, con solo tres meses, tirada en la calle. Además de vencer
su propio drama, la niña se ha convertido en una de las supervivientes
más jóvenes del tifón Haiyan, considerado el más devastador de la
historia.
Aunque la intensidad con la que la naturaleza golpeó la isla de Leyte,
en Filipinas, es comparable a 80 bombas atómicas, no fue suficiente para
que Nerren se diese por vencida. Gracias a su coraje y al del resto de
sus compañeros, los 41 huérfanos de Streetlight y otros 36 niños que
recogieron posteriormente lograron sobrevivir. Ahora descansan, tras un
durísimo peregrinaje de cinco días, en la Universidad de Cebú. Se
organizan como una gran familia y, aunque no tienen un vínculo de
sangre, están más unidos que si compartieran apellido. Muestran infinita
gratitud hacia cada gesto de cariño e incluso celebran como el mejor de
los regalos algo tan simple como recibir una almohada. Los más
dicharacheros recuperan sus ganas de jugar, pero no todos sonríen.
Algunos han tenido que ser atendidos por inhalaciones tóxicas, otros
muestran sus cuerpos cargados de magulladuras, aunque la cicatriz más
dolorosa, la que no alivian ni antibióticos ni vendajes, es la que
desangra el alma de los que han visto cómo los suyos morían a su lado.
Los que no eran huérfanos, posiblemente ahora lo sean, y aunque la
enfermera mantiene la esperanza de localizar al resto de familiares, el
proceso resulta lento y complejo.
El noruego Erlend Johannesen, creador del orfanato y uno de los
héroes de nuestra historia, describe emocionado cómo consiguieron
salvarse: "Al principio parecía que estábamos seguros en casa, pero el
agua empezó a entrar por puertas y ventanas. Estallaron los cristales y
teníamos que actuar rápido. A los pocos minutos la residencia se inundó y
fue necesario subir a los 41 niños, uno a uno, al tejado. Las olas de
más de cinco metros cubrían el edificio a modo de tsunami, pero nos
mantuvimos abrazados, sin soltarnos".
La enfermera Nerren añade: "Los animábamos cantando, contando
cuentos, y lo más importante del juego era no soltarse del compañero.
Aunque estábamos muertos de miedo, teníamos que alegrarlos para
minimizar el trauma". Cuando cesó la tormenta, les embargó la
incertidumbre. Su hogar estaba destrozado, apenas tenían comida ni
bebida, y el paisaje era terrorífico. Los cadáveres brotaban a cada
paso. Bajo los escombros escucharon unos gritos de auxilio. Eran de una
mujer que amortiguó los golpes con la espalda para que su hija
sobreviviera. Apenas le quedaba un hilo de voz, pero siguió luchando
hasta que uno de los voluntarios logró sacar a la pequeña.
Durante los cinco días que anduvieron por el Apocalipsis, como denomina
la prensa local a la zona cero, se encontraron con 36 menores que
deambulaban en la más absoluta desesperación. Al ser un grupo cada vez
mayor resultaba complicado pasar desapercibido o camuflarse. Con la
ayuda de un policía consiguieron esconderse en una oficina, sin embargo,
cuando el agente intentó llevarles comida y agua, unos asaltantes lo
apuñalaron, bajo la atenta mirada de los niños. La anarquía se apoderaba
de la ciudad, era imprescindible escapar. Según Lorena Cobas, de
UNICEF, "hay 4,6 millones de menores en riesgo máximo". Estos pequeños
afortunados han vencido con sobresaliente la batalla más desgarradora de
sus cortas vidas, y gracias a personas como Nerren, la dramática
pesadilla solo vivirá en sus recuerdos.
odavía siguen de paso y ahora se preparan para subir, por primera vez, a
un avión. Su próximo destino es Bacólod, Davao o Manila. Su orfanato
está en ruinas, así que han pedido colaboración urgente al resto de
centros para acoger a la inmensa avalancha de niños que necesitan un
hogar.
Organizaciones como Chosen Children, en la capital filipina, o
Kalipay Negrense, de la filipino-española Anna Balcells, habilitan sus
viviendas con el objetivo de proteger a la infancia. Según Balcells, que
en 2007 creó su fundación y que es una de las activistas más guerreras
contra la explotación infantil, "en Filipinas hay más de 1.600.000 niños
de la calle, y con este desgraciado tifón se espera que la cifra
aumente considerablemente. Lo primero que debe hacerse es evacuarlos,
pues son el primer objetivo para los secuestradores del sindicato,
debido a su extrema vulnerabilidad".
Cuando estos pequeños no forman parte de las casas de acogida, pasan a
ser simplemente niños de nadie, sin nombre, sin registro, sin
identidad, y también sin futuro. Abandonados a la suerte y torturados de
forma cruel y despiadada, sobreviven por inercia en la más absoluta de
las miserias. Y ahora, para añadir más desgarros si cabe a su piel
herida, reciben la brutal paliza de la naturaleza.
Son los huérfanos del tifón y depende de todos nosotros cambiar su
destino. Erlend, Anna o la enfermera Nerren nos ofrecen sus manos, pero
sin las nuestras es imposible.
Ayuda a UNICEF en Filipinas (tel. 900 907 900). También se puede donar en www.streetlight.org, www.kalipaynegrensefoundation.org y www.chosenchildrenvillage.org