Blindarse y poner muros (políticos) a la crisis. Éste
parece ser el mantra al que se agarran los gobiernos del oeste de
África, tras el reguero mortal que el último brote del Ébola
continúa dejando en la región. Mientras que el Ejecutivo de Liberia ya
ha anunciado el cierre de la mayoría de sus puestos fronterizos, el
resto de países afectados comienzan a poner en marcha medidas sanitarias a contrarreloj, ante los más de 660 muertos que ha provocado la crisis en toda la región.
La decisión de la clausura fronteriza por parte de Libera se anuncia tan solo días después del fallecimiento de un paciente liberiano
en la ciudad de Lagos, en Nigeria (país no fronterizo con el epicentro
del brote). El hombre, de 40 años, que trabajaba para el Gobierno de
Liberia, había viajado a Nigeria vía Lomé, la capital de Togo, por
motivos laborales. No obstante, al llegar a Lagos, sufriría un episodio
de vómitos y diarrea, por lo que fue trasladado directamente del
aeropuerto a un hospital, donde falleció.
No obstante, la crisis viene de lejos. Como relatan desde
la «zona cero» a este diario, el primero de los casos se habría
producido, presuntamente, el pasado 2 de diciembre, cuando un niño de
dos años contrajo la enfermedad en la localidad de Meliandou, en la
región de Guékédou, en Guinea-Conakry. El menor fallecería cuatro días
después, dando inicio a un brote de mortales consecuencias.
En este sentido, la jefa médica liberiana, Bernice Dahn, reconocía a ABC en los albores del mal que todos casos aparecidos en este Estado se encontraban ligados al brote inicial
y no habían surgido de forma autónoma. «Todos los enfermos de nuestro
país han tenido relación con personas que cruzaron la frontera desde
Guinea, o bien, fueron ellos mismos los que lo hicieron», aseguraba la
especialista.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud
(OMS) ofrecidas el jueves, antes del anuncio del fallecimiento en
Nigeria, el número de casos (confirmados y sospechosos) asciende ya a 1.093, con al menos 660 muertes.
La gran mayoría de casos se registraron en Sierra Leona (454), quien ya
ha superado al epicentro de la crisis, Guinea (415), así como a Liberia
(224). Entre las últimas muertes, destaca la de Samuel Brisbane,
una de las autoridades médicas más renombradas de la región, y quien
falleció en el centro John F. Kennedy de la capital liberiana, Monrovia.
De igual modo, otro especialista, el estadounidense Kent Brantly,
también ha contraído la enfermedad.
Dada la situación humanitaria no resulta extraño, eso sí. En la última semana, Sierra Leona, por ejemplo, ha experimentado una verdadera «caza al hombre»,
o mejor dicho, «al paciente», después de que una infectada fuera
«secuestrada» por sus propios familiares del centro de salud en el que
se encontraba. ¿El motivo? La desconfianza de su prole sobre las
verdaderas intenciones de las autoridades sanitarias. Finalmente, tras
visitar de forma clandestina a un chamán local, la mujer fallecería poco
después en una ambulancia camino de su retorno hospitalario. Se
desconoce el número de nuevos contagios que esta huida puede haber
provocado.
Y es esta falta de comunicación
de los infectados con las autoridades médicas (fundamentada en el
desconocimiento y en el peso comunitario de los sanadores locales), la
que amenaza con extender el mal.
En los últimos días, se han producido numerosas protestas
en clínicas y hospitales de Sierra Leona, ante las acusaciones de que
el actual brote es solo una «conspiración» y que las víctimas están
siendo víctimas, incluso, de casos de «canibalismo».
Sin embargo, en una epidemia históricamente acostumbrada a
brotes en aldeas o zonas de tamaño reducido, ¿por qué ahora esta
expansión tan atroz? ¿Sobre todo desde febrero (entre diciembre y este
mes se registro una aparente estabilización)?
Para los expertos, esto es debido a los desplazamientos de población.
Y un simple vistazo a la geografía regional ayuda a entender estas
palabras: Mientras que los anteriores brotes ocurridos en Uganda, Sudán o
República Democrática del Congo correspondían a zonas ciertamente
aisladas, las guineanas Guékédou o Macenta son un hervidero migratorio
hacia Sierra Leona o Liberia.