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lunes, 11 de septiembre de 2023

INTENSAS LLUVIAS PROVOCAN INUNDACIONES EN POLA DE SIERO - ASTURIAS

La espectacular tromba que poco antes de la medianoche convirtió la capital sierense en una laguna deja, tras horas de trabajo de vecinos y comerciantes, un escenario de tristeza y resignación

En apenas media hora, en torno a las once de la noche, una espectacular tormenta y una tromba que difícilmente podrá olvidarse anegaron el centro de Pola de Siero, y la zona oeste de la villa. Decenas de locales terminaron inundados y los comerciantes polesos pasaron la noche en vela tratando de poner orden en el desastre, con una tristeza y resignación que no podían ocultarse. Fue todo tan rápido, tan sobrevenido, que a todos les ocurrió un poco como a Luis Gutiérrez.

 Luis Gutiérrez, de la sidrería La Teya, aún pensó que le daba tiempo a salir de La Pola con el cachopo del pedido que le había hecho un cliente. Enfiló la rotonda de Pablo Iglesias cuando ya el agua descendía como un arroyo por las calles adyacentes, cuesta abajo, convirtiendo la leve vaguada en la que se encuentra la glorieta en un estanque, porque los sumideros eran incapaces de soportar el aluvión

 “Pensé que me daba tiempo”, dice ante su coche, un pequeño Peugeot que ahora está con las cuatro puertas abiertas, como si inútilmente confiase en que el interior se secase al inexistente sol de la una de la mañana. Luis Gutiérrez lo intentó, y trató de atravesar apenas veinte, treinta, cincuenta metros de la glorieta. Pero el agua subió “en un momento” y ya superaba las ruedas del coche. “Cuando me quise dar cuenta, sentado en el asiento del conductor, ya estaba todo moyao”, dice. “Quedé atascado”, explica con resignación. 

Se ayuda ahora con la parte de abajo de un recogedor para intentar sacar todo el agua que puede de su coche, estacionado ahora en la esquina de la plaza Pablo Iglesias con la calle Falo Moro. Pero apenas un par de horas antes se encontraba en mitad de la calle, en medio de un lago cuyo nivel crecía. Unos policías locales le indicaron que ya no había más opción que salir del coche. “¿Qué iba a hacer? Abrí la puerta y salí con el agua por encima de las rodillas". Aún muestra media sonrisa recordando el momento.

Pocos metros más allá, en la farmacia de Eugenio Escobedo, hay revuelo de escobas, fregonas y disgusto. El farmacéutico sale con el cajón de uno de los muebles de la botica totalmente lleno de agua y lo vacía en la calle, como quien vierte un cubo. Varias personas tratan de terminar de achicar la inundación y de poner un mínimo orden. “Mira, mira, así estaba cuando entramos”, dicen. Muestran en el teléfono móvil una fotografía tomada desde fuera de la cristalera de la entrada. Se ve cómo el local está totalmente anegado y flotan las cajas de medicamentos, como pequeñas embarcaciones en un mar de color chocolate.  

"Fue todo en diez minutos"

Llevan horas limpiando en la farmacia: “Esto que ves no es nada comparado con cómo estaba, y fue todo en diez minutos, hasta treinta centímetros”, señala una mujer. “¡Qué va!”, le replica otra, “más, más”. Como demostración abre uno de los cajones inferiores del mostrador. Está totalmente lleno de agua. Agua y antibióticos flotantes.

Cuando llegaron a la farmacia, tratando de evitar lo peor, ya era tarde. “La plaza entera estaba inundada y había un coche en mitad de la glorieta”, explican. Era el de Luis Gutiérrez, que valientemente aún había tratado de servir el cachopo pese a que del cielo caía el diluvio. 

Poco más allá, siguiendo la calle Alcalde Parrondo hacia la salida de La Pola, hay un grupo numeroso, frente a la tienda Voltaje Norte, de lámparas. Allí comentan entre sí los propietarios de varios locales. Entre ellos, la dueña del herbolario y ecotienda El Tilar, Noelia García. “Ven, ven, mira cómo hemos estado”, dice mientras conduce al local. Con ella, Manuel García y Josefina López, que la han ayudado a poner orden. Friegan, barren y se ayudan de las linternas del móvil porque no hay electricidad

“En la otra inundación de la plaza, en julio de 2018, tuvimos suerte, porque fue por la tarde y estábamos en la tienda. Entonces con escobas y fregonas íbamos sacando el agua antes de que entrase del todo, y dentro de lo que cabe por lo menos se libraron los productos”, explica Noelia García. Esta vez no, casi medio metro de agua hace su faena y la hace a conciencia. “Esta vez se han dañado cantidad de productos”, lamenta.

Muestran un vídeo en el que se observa a Noelia García frente a la puerta de su tienda, con expresión de desconcierto, en mitad del diluvio y del viento, mirando hacia adentro, con el nivel de la inundación a punto ya de superar la altura de sus botas de agua. 

 Siguiente parada en el trayecto: la plaza del Cabo Noval. Durante mucho tiempo, tras su inauguración, en La Pola se la conocía familiarmente como “la plaza de los caídos”, porque el desnivel del espacio se salvaba con pequeños escalones que ocasionaban frecuentes caídas de los viandantes. La gente de la pizzería La Forna no se afana a esta hora, pasada la una y media, en hacer masas, sacar pizzas del horno o atender a la clientela. Barren, recogen y tratan de empujar el agua hacia el centro de la plaza. Está aún totalmente inundada. El sumidero absorbe como puede todavía la gran cantidad de agua que le queda por tragarse. Hace un ruido constante, como si alguien succionase con una pajita el fondo de un vaso casi vacío, pero multiplicado en intensidad. 

"El viento se llevó las sombrillas y el agua subía y subía"

Moisés Hevia, el propietario del local, relata, con una resignación que no ha sido capaz de menguarle la sonrisa, cómo la noche del domingo, con el local lleno de gente, de pronto se convirtió en una enorme bañera. “Estábamos todos trabajando, a tope, y un chaval de los que estaban en la terraza vino diciendo que granizaba. Pero al rato ya el viento comenzó a llevarse las sombrillas, y mira que son grandes, y cuando nos quisimos dar cuenta, en un cuarto de hora, el agua empezó a subir y a subir”, explica.

Los clientes de la terraza se metieron dentro, pero la tormenta tenía más voracidad. En nada, todo el mundo con el agua hasta las rodillas. Los empleados del local desconectaron los frigoríficos, pero pronto el agua alcanzó el nivel de los enchufes y saltó el automático.

“Aquí se ve hasta dónde llegó el nivel del agua”, dice Moisés Hevia en el exterior del local. Mide con la mano, no alcanza con dos cuartas. Las cenas, una veintena de pedidos en marcha para reparto con las motocicletas… todo perdido.  

Mientras el sumidero de la plaza del Cabo Noval continúa pacientemente engullendo, en las cercanas calles Enrique II y Conde De Santa Barbara, popularmente conocidas en La Pola como las “calles cerradas”, la actividad no para. Se arrojan cubos de agua que sale del interior de tiendas y portales, se barre, se friega, se limpia como se puede el barrizal y las hojas que cubren el adoquinado. Una joven resbala y se cae de bruces en la calle. 

En la que es una de las calles más comerciales de La Pola decenas de personas pasan fregonas y empujan el agua que aún se estanca en zonas del pavimento en silencio. Esther López, actual propietaria de El Chico, uno de los locales de ropa más clásicos de la villa, echa un cigarrillo a la puerta de la tienda, mientras un par de personas se afanan en la limpieza. Está nerviosa, no puede ocultarlo. Casi al punto de que estallar en lágrimas, con la cara desencajada. “El agua lo inundó todo: la tienda, el almacén… todo, de atrás a adelante”. Ella estaba en su casa, fuera de La Pola, cuando se desencadenó la tormenta y llegó a la tienda con todo ya arrasado. “El agua que entraba no era nada comparado con la que salía por las alcantarillas”, recuerda. También rememora el chaparrón de 2018, en el que nuevamente los sumideros y la red de alcantarillado fueron incapaces de soportar el volumen de agua. Nada que ver con lo de ahora, y eso que ya entonces en el almacén empezaron a colocar el género a cierta altura del suelo. Esta vez se superó cualquier escenario previsto

 Únicamente queda el consuelo de que los daños son materiales y que, en todos lados se expresa esa colaboración que surge entre quienes padecen lo mismo. “¿Necesitas algo?”, “¿En qué podemos ayudarte?”, “¿Qué te falta?”, se escucha en todo momento. Los comerciantes de La Pola son uno.  


Un géiser en el garaje

Cuando vio que la situación se volvía más que preocupante, Enrique Gutiérrez bajó al garaje para intentar sacar el coche de su esposa. Muestra el vídeo que grabó, con el agua por la cintura. “¡Había un géiser, era un géiser, mira!”, dice. En el vídeo, pese a la escasa iluminación, se observa cómo brota en mitad del garaje totalmente lleno de agua un chorro de agua procedente de la red de saneamiento, de las bocas de desagüe. Enrique Gutiérrez trató de llegar al coche de su esposa pero desistió. “Mira, la puerta de su plaza, ¿ves? El coche ya estaba totalmente cubierto, ahí habría dos metros o dos metros y medio, dice.

Cuenta con cierto tono de mala suerte que decidieron hace seis meses coger la plaza de la cochera. “Vivimos enfrente y cuando supimos que había una libre, nos decidimos, al menos para el coche de ella”, explica. Y de aquello a esto: “De estar pensando en dónde aparcarlo a estar ahora pensando en tener que comprar otro coche”, lamenta.

Anoche las puertas del cielo se abrieron sobre La Pola durante apenas media hora. “Era como un huracán”, relataba un vecino. Los vídeos grabados con móviles lo atestiguan. Pasan las dos de la mañana y aunque ya no cae ni una gota, el cielo es un espectáculo de relámpagos, en una larga tormenta que se extenderá durante toda la madrugada en el centro de Asturias. 

 Los polesos se preparan para una noche larga y no se irán a dormir hasta que sus locales y sus calles queden mínimamente adecentadas. Y quizás sus garajes accesibles. Después, cuando amanezca, será el momento de echar cuentas. Eso si lograron dormir, con un ojo abierto mirando al cielo, por si acaso. 

 Los servicios municipales han estado trabajando toda la noche para restablecer la situación, bajo la dirección del ingeniero de guardia. Fuentes municipales señalaron que la gran cantidad de agua caída terminó por superar la capacidad de la red de saneamiento, que "colapsó".